El inhumanismo es una tendencia en el posthumanismo que define a una persona como algo que puede definirse y revisarse a sí mismo en función de cierta experiencia, conocimiento práctico y teórico.
El inhumanismo se opone tanto al antihumanismo como al humanismo esencialista sobre la cuestión del lugar del hombre en la vida. Niega la exclusividad humana, elevada a un absoluto por los humanistas, pero al mismo tiempo retiene el derecho de una persona a controlar e influir en el entorno, ya que una persona tiene la capacidad de autodeterminarse, repensarse y reestructurarse. La mente humana no se sitúa en el ámbito del materialismo irracional, pero al mismo tiempo no se convierte en algo divino [1] .
El inhumanismo extrae el núcleo normativo del humanismo clásico, pero al mismo tiempo su locus no está en la exclusividad de una persona, sino en la capacidad de acción racional, actividad conceptual enraizada en el entorno sociocultural, etc. Las personas pueden hacer valer sus propias normas y reglas basadas en la confirmación colectiva de que la inteligencia es una actividad racional que no tiene esencia biológica.
El inhumanismo ofrece a la persona la oportunidad de revisarse y reconstruirse fuera de las diversas esencias supuestas y propuestas por cualquiera, como lo hacen en ocasiones otras corrientes poshumanísticas. Es necesario un proyecto colectivo de autodeterminación y transformación para que una persona reconsidere la esencia misma de una persona y reconstruya su comprensión de sí misma para permitir que la mente se emancipe de estar atada a un determinado portador [2] .
El inhumanismo se opone al antihumanismo y al humanismo clásico, que niega la esencia racional del hombre e interfiere en el replanteamiento del hombre no a través del prisma de ninguna esencia o razón particular.